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Como te prometí…

Aquí te comparto cómo nació en mi ese deseo por buscar que Dios fuera mi todo.

(Pero antes de continuar, si quieres entender un poco mi personalidad y la forma en la que escribiré en este blog, visita esta página… entre otras cosas, allí te advierto de mi uso de gifs).

Cuando mis padres se casaron eran dos jovencitos de 21 años que decidieron que iban a esperar un par de años antes de tener hijos.

Dos años después, cuentan que iban llegando juntos a la casa. Al abrir la puerta, fueron confrontados con un silencio que nunca antes habían percibido. La casa se sentía vacía, solitaria y muy silenciosa. Al mismo tiempo se vieron a los ojos y ambos dijeron “es tiempo de tener hijos”. Por la bondad de Dios, poco tiempo después estaban esperando un bebé.

Mi mami siempre había deseado que su primogénito fuera varón, así que oró y le pidió a Dios: “Señor, que sea varón, y que se parezca a su papá».

El bebé fue varón…

A raíz de que mi mami quería que sus hijos se llevaran poco tiempo, aproximadamente 11 meses después me estaban esperando a mi.

Esta vez su oración fue la siguiente: “Señor, con mi primer hijo Tú me concediste el deseo de mi corazón. Ahora con este bebé, te pido que sea el deseo de Tú corazón“. ¡Y ta tán… nací yo!

Y ¡sí, sí! me doy cuenta de lo pretencioso que suena contar eso…

…pero esta es mi historia gente, en otra publicación leerán sobre el momento en el que Dios me bajó del caballo elevado en el que creía estar (jajaja).

Pero contar esa oración es importante porque fue lo que definió el resto de mi vida. Desde que me la contaron quedó marcada en mi corazón. Fue como si hubiese recibido un llamado mayor; una misión específica.

¡El propósito de mi vida era ser la complacencia de Dios! ¡Era la razón principal por la que yo había nacido! Desde allí en adelante, me resultaba inaudito e irreverente pensar que tenía otra opción.

Nací para cumplir los deseos de Dios, no los míos. Nací para agradarlo a Él, no a mi misma. Esto lo tenía claro. Pero entenderlo y experimentarlo son dos cosas completamente diferentes.

Me fui dando cuenta que había una naturaleza caída en mí y muchos otros deseos carnales que me seducían en la dirección opuesta, y que desafortunadamente eran más fáciles de escuchar porque me parecían más atractivos.

Mi deseo de ser Su complacencia nunca cambió ni disminuyó, y agradezco a Dios por ello. Esa oración ha sido el ancla que en mis estaciones desérticas no me permitió alejarme de Él a gusto. Ha sido esa tensión que me ha llamado siempre de regreso a casa. Pero al mismo tiempo, parecía ser un sueño inalcanzable.

¿Cómo podía llegar a ser la complacencia de Dios si prefería satisfacer los deseos de mi carne?

Llamémosle dormir un poco más en lugar de buscar un tiempo devocional con Dios. O quizá leer una novela romántica. O ver una película que hiciera crecer en mí el deseo por la vanidad, o que me conformara a las ideologías de este mundo. O defender mis derechos. O enojarme con una amiga y tratarla con indiferencia. No sé. Sólo sé que los deseos de mi carne parecen a veces ser infinitos y vienen en todos los colores y sabores imaginables.

¿Cómo podía llegar a ser la complacencia de Dios si todo esto me parecía más atractivo que Él? ¿Si buscarle me parecía tan aburrido?

Fue entonces que leí el Salmo 87:7 y que nació en mi este deseo:

“Y cantores y tañedores en ella dirán: Todas mis fuentes están en ti.”

Este salmo habla de los hijos de Sion; aquellos que dicen “todas mis fuentes están en Ti”. O en las palabras de Asaf: “…Fuera de ti nada deseo en la tierra.” (Sal. 73:25)

Hasta el día de hoy este sigue siendo el clamor de mi corazón. ¡Oh, si tan sólo pudiera genuinamente preferir a Dios que a mi carne! ¡Oh, si tan sólo pudiera desear más hacer Su voluntad que la mía! ¡Señor, que todas mis fuentes estén en Ti! ¡Que no desee nada en la tierra aparte de Ti!

Y es allí donde la oración que marcó mi vida se conecta con el deseo más profundo de mi corazón. Porque me di cuenta que para poder llegar a ser la complacencia de Dios, era necesario que lo amara más que cualquier otra cosa. Que, siendo un Dios celoso, Él demandaba todo mi afecto (Ex. 34:14).

Aunque esa oración fue lo que hizo nacer en mi ese deseo, es una verdad tan real para ti como para mi. Todos y cada uno de nosotros nacimos por Su voluntad (Ap. 4:11) fuimos creados por Él y para Él (Ro. 11:36) y en nosotros Dios quiere encontrar Su delicia (Pro. 8:31).

“Y amarás a Jehová tu Dios de todo tu corazón,

y de toda tu alma, y con todas tus fuerzas.”

Deuteronomio 6:5

Dios quiere que todas nuestras fuentes (todo lo que nos llena y satisface) lo encontremos en Él. Si este deseo resuena contigo, este blog es una invitación a que me acompañes en la búsqueda de que Dios lo haga una realidad en nuestras vidas.

Muchas gracias por estar aquí,

¡Hasta la próxima!

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